En 1519, año de la llegada de los españoles a México Central, una gran parte de Mesoamérica estaba bajo el control de la cultura azteca, quienes habían forjado en poco más de un siglo un poderoso imperio que se extendía de la frontera septentrional del área al istmo de Tehuantepec, y del Atlántico al Pacífico.El corazón de este vasto territorio era Tenochtitlán, una ciudad densamente poblada del Valle de México, al sur del Altiplano Central. La urbe, compuesta por dos ciudades gemelas (Tcnochtitlán y Tlatelolco), contaba entre 150.000 y 300.000 habitantes, concentrados en dos pequeñas islas que habían crecido gracias al empleo de islotes artificiales. El centro de la ciudad estaba ocupado por el recinto sagrado, un conjunto de 78 edificios religiosos presididos por el Templo Mayor. A su alrededor, ordenados en círculos concéntricos se alzaban los dos palacios reales, las residencias de los nobles y las casas de los plebeyos. El mercado estaba en Tlatelolco y era visitado diariamente por más de 60.000 personas.
La Cuenca de México está rodeada por una cordillera en forma de anfiteatro con alturas superiores a los 5.000 m (Popocatepetl e Iztacíhuatl); su altitud es de unos 2.300 metros sobre el nivel del mar; y goza de un agradable clima subtropical de altura. En la época prehispánica la zona central estaba ocupada por cinco grandes lagos comunicados entre sí: Xaltocan y Zumpango al norte. Tetzcoco en el centro, y Xochimilco y Chaco al sur. Todos tenían el agua dulce, salvo la laguna de Tetzcoco.
Historia
Tras la caída del imperio tolteca a fines del siglo XII, el Valle de México fue invadido por sucesivas oleadas de pueblos bárbaros procedentes del norte que fundaron diversas ciudades-estado, como Xaltocan, Tetzcoco, Azcapotzalco o Coatlinchan. La última invasión la efectuaron la cultura azteca, un grupo de lengua náhuatl originario de Aztlan, un lugar semimítico situado en el Occidente de México.
Los mexicas —nombre que se daban la cultura azteca a sí mismos— se asentaron primero en la colina de Chapultépec y luego, tras ser expulsados de allí, en Culhuacán, de donde también debieron huir. Finalmente se establecieron de manera definitiva en un islote arenoso del lago de Tetzcoco. Los comienzos de la ciudad de Tenochtitlán, fundada en 1345, estuvieron llenos de problemas y dificultades. Por un lado, una parte de la población, descontenta con el terreno que se le había asignado, abandonó la pequeña aldea para fundar una nueva ciudad (Tlatelolco) en una isla cercana. Por el otro, la falta de materiales para la construcción y la ausencia de tierras cultivables obligó a los gobernantes mexicas a aceptar la autoridad de Azcapotzalco, una de las principales ciudades-estado de la región. Durante largo tiempo, los aztecas tuvieron que participar en las guerras imperialistas de Azcapotzalco, lo cual les proporcionó una gran experiencia militar que les sería de gran utilidad en el futuro.
La muerte del rey azeapotzalca en 1426 abrió una crisis dinástica que aprovechó la cultura azteca para independizarse. Su jefe Itzcoatl (1426-1440) se alió con el señorío de Tetzcoco, el principal rival de Azcapotzalco, y logró vencer a sus antiguos señores. La desaparición del poder azcapotzalea abrió un nuevo período en la historia de Mesoamérica porque los vencedores decidieron mantener la unión e integrar en ella a los vencidos. Nació así la Triple Alianza, una confederación que se caracterizó por su marcado talante imperialista.
Así, Motecuhzoma I Ilhuicamina (1440-1468), el sucesor de Itzcoatl, dominó el sur del Valle de México y conquistó extensos territorios en Oaxaca y la costa del Golfo. La misma política siguió Axayacatl (1468-1481), quien unió al naciente imperio una parte del Valle de Toluca y la zona de Cacaxtla. Fracasó, en cambio, al intentar anexionarse el territorio tarasco, aunque compensó esta derrota con un sonado éxito de gran valor simbólico: la ocupación de la ciudad hermana de Tlatelolco.
El proceso expansionista sufrió una breve pausa durante el reinado de Tízoc (1481-1486), un misterioso gobernante que, según cuentan las crónicas, murió envenenado. Pero se reanudó con gran fuerza al ocupar el icpalli o trono Ahuitzotl (1486-1502). Este monarca extendió de forma considerable la frontera de la cultura azteca, pues se apoderó de Xoconochco, Tehuantepec, Veracruz y otras áreas de gran riqueza. Ahuitzotl fue también un magnífico hombre de Estado y un gran urbanista que amplió el Templo Mayor de Tenochtitlán, el principal monumento de la ciudad.
A su muerte le sucedió Motecuhzoma II Xocoyotzin (1502-1520), un sagaz político que inició una serie de profundas reformas encaminadas a consolidar el imperio. Así, obligó a los nobles a desempeñar cargos públicos e impuso la supremacía de Tenochtitlán en la Triple Alianza al sustituir a los gobernantes legítimos por parientes suyos. Las reformas también afectaron a la política imperial, puesto que Motecuhzoma frenó la expansión militar y se concentró en la tarea de someter a los territorios independientes que habían resistido los ataques de sus predecesores. No lo consiguió, y ello sería la principal razón del fin del imperio, porque los españoles nunca habrían logrado vencer a los mexicas sin la ayuda de Tlaxcallan, uno de los Estados libres del México Central.
Organización social de la Cultura Azteca
La sociedad de la cultura azteca experimentó profundas modificaciones a lo largo de su corta historia al transformarse poco a poco el igualitarismo de los primeros tiempos, consecuencia de la orientación militar y los grupos de parentesco, en la estructura social descrita por los soldados españoles.
En principio, pueden diferenciarse dos grandes clases sociales: la noble y la plebeya. Teóricamente, los miembros del grupo inferior podían ascender al superior y viceversa, pero en la práctica la movilidad social era inexistente.
La Nobleza
El sector dominante estaba formado por capas sociales de diversa procedencia encabezadas por el linaje real descendiente del primer tlatoani (Orador) o rey mexica.
Le seguían en poder y prestigio los tetecuhtin (Señores), nobles de alto rango que se habían hecho merecedores del título por los valiosos servicios que prestaron al Estado. Los Señores poseían enormes extensiones de tierras en los lugares conquistados que se cultivaban mediante siervos y ocupaban los cargos más elevados del gobierno de la nación. El rango no era hereditario, si bien los hijos de los tetecuhtin podían sucederá su padre cuando demostraban poseer los requisitos necesarios.
El tercer bloque estaba formado por los pipillin (literalmente Hijos), quienes, como su nombre indica, estaban emparentados con los monarcas y los tetecuhtin. Constituían la gran masa de la nobleza y sin ellos el imperio no hubiera podido funcionar, dado que todos los puestos intermedios de la administración, la magistratura, el ejército y el sacerdocio eran ejercidos por pipiltin. Estos nobles tenían derecho a poseer una o más parcelas del latifundio familiar.
Los cuauhpipiltin (Hijos del águila) constituían el último escalón de la clase noble. Se trataba de guerreros o mercaderes procedentes de la clase plebeya que habían logrado franquear la barrera social gracias a sus dotes militares o a su habilidad comercial. Estos méritos les daban derecho a disponer de la producción de un pequeño lote de tierras que se les entregaba para su sustento, a contraer más de un matrimonio, y a quedar exentos de la obligación de tributar en especie o en trabajo al tlatoani. Los cuauhpipiltin, sin embargo, no eran bien vistos por los aristócratas de sangre, que les prohibían lucir determinados adornos reservados a la nobleza, recordándoles así lo bajo de su cuna.
Los Plebeyos
La clase dominada carecía de la homogeneidad que caracterizaba al estamento plebeyo de otras sociedades precolombinas. Había tantas diferencias económicas e incluso jurídicas que conviene diferenciar al menos tres estratos: superior, medio e inferior.
Estrato Superior
El primero lo integraban los pochteca, comerciantes dedicados a la exportación e importación de los productos de lujo consumidos por la élite dirigente. El carácter semioficial de su profesión, que les llevaba a veces a actuar como espías, les proporcionaba grandes riquezas y la gratitud del Estado. Los pochteca tenían derecho a tribunales, fiestas y emblemas particulares; pero no estaban libres de entregar fuertes tributos, lo cual señalaba su pertenencia a la clase plebeya. Algunos artesanos especializados en la elaboración de los artículos de lujo gozaban de una posición similar.
Estato Medio
Por el contrario, la inmensa mayoría de los macehualtin (Merecidos) se situaba en el escalón intermedio. Su profesión dependía del lugar donde residiesen: los que vivían en las áreas rurales o en los suburbios de Tenochtitlán se dedicaban a la agricultura; los de las ciudades al comercio al por menor, a las artesanías o a los servicios (médicos, parteras, barberos, etc.). Los macehualtin tenían rigurosamente prohibido poseer tierras en propiedad. Además, debían pagar impuestos, cumplir el servicio militar y trabajar gratis en las construcciones públicas.
Los plebeyos se organizaban en calpultin (singular calpulli) o barrios. El calpulli fue originariamente un grupo de familias emparentadas entre sí que cultivaban la tierra de manera comunal y estaban subordinadas a un jefe, el calpuUec. Esta institución, típica de las sociedades agrícolas preaztecas, se convirtió en Tenochtitlán en una simple demarcación territorial con funciones económicas, administrativas, militares y educativas.
Estrato Inferior
Los mayeque (braceros) y los tlatlacotin o esclavos constituían los estratos inferiores de la sociedad de la cultura azteca. Los primeros cultivaban las tierras de los nobles y estaban adscritos a ellas. Al igual que sucedía en la Europa medieval, los mayeque formaban parte del latifundio y se heredaban o compraban junto con el resto de la propiedad. La categoría de siervo pasaba de padres a hijos e incluía, entre otras muchas cargas, la obligación de servir en el ejército, de hacer las tareas domésticas de la casa del Señor, y de entregarle una parte de la propia cosecha.
Los tlatlacotin, denominados impropiamente esclavos por los cronistas españoles, gozaban de una posición jurídica que les hacía más semejantes a los siervos del Medievo que a los esclavos de la antigüedad clásica. Así, podían contraer matrimonio con personas libres, sus hijos no heredaban la condición de esclavo y tenían derecho a poseer propiedades (esclavos incluidos). Las causas que conducían a la esclavitud eran dos: la pobreza, que impulsaba a algunas personas a venderse a sí mismas, y la condena por robo u otro delito.
Las diferencias entre pipiltin y macehualtin no se limitaban a los campos de la economía y la política, sino que comprendían también otras facetas de la vida humana, como el matrimonio (los nobles eran polígamos y los plebeyos monógamos) o la educación. Los aztecas fueron el único pueblo de América prehispánica que establecieron la educación obligatoria y gratuita para todos los varones. Sin embargo, su sistema educativo reflejaba la estratificación social, pues los hijos de la nobleza iban al calmecac, un internado donde se impartía una refinada educación, y los del pueblo a los telpochcaltin, escuelas de barrio que daban una formación puramente militar.
Organización político-administrativa
La mayor autoridad de Tenochtitlán era el Huey tlatoani (Gran orador), quien acumulaba en su persona el poder ejecutivo, legislativo y judicial. También tenía las máximas competencias en el campo religioso, si bien, a diferencia del Inca del Imperio Incaico, sus súbditos no le atribuían carácter divino. El cargo pertenecía a una familia, aunque no pasaba de padre a hijo, sino de hermano a hermano. Cuando fallecía el último hermano vivo, le sucedía uno de los hijos del hermano que reinó en primer lugar.
El Huey tlatoani contaba con la ayuda del cihuacóatl (Serpiente hembra), un virrey o visir que ejercía la regencia en caso de ausencia o muerte del monarca. El rango de cihuacóati se heredaba y entre sus funciones estaba la de presidir el tribunal más alto o de última instancia, así como la supervisión de los distintos consejos: el militar, el judicial y el económico. Este último consejo, situado en una sala del palacio imperial llamada petlacalco (Casa del cofre), dependía directamente del virrey y se encargaba de todo lo relacionado con la movilización de la mano de obra, los tributos y las obras pú-blicas. Los responsables de las distintas comisiones formaban el Consejo Supremo, organismo que. junto con otros altos dignatarios, constituía el cuerpo electoral encargado de seleccionar al nuevo tlatoani entre los distintos candidatos.
El imperio se organizó de una forma más simple que el de los incas, ya que, por regla general, los mexicas y sus confederados respetaron la autonomía de los Estados sometídos siempre y cuando se declarasen vasallos suyos, entregasen un fuerte tributo anual y participasen en las guerras del imperio. El gobierno directo sólo se imponía cuando los vencidos se rebelaban. En ese caso, se sustituía al tlatoani local por un gobernador militar de la cultura azteca. Para vigilar la recogida de tributos de las 38 provincias dominadas, que dependía de los gobernantes de la zona, se creó una red de calpixque o recaudadores de tributos, que podían pedir ayuda a las guarniciones militares diseminadas a lo largo y ancho del imperio en caso de peligro.
Economía
El tributo, la agricultura y el binomio artesanía/comercio constituían los tres pilares de la economía de la cultura azteca. Cada uno era indispensable para los otros y su desarrollo dependía directamente de la guerra.
La agricultura
La agricultura de la cultura azteca estaba perfectamente adaptada al medio ambiente. En las zonas secas se construyeron centenares de canales de riego para aprovechar las aguas de los lagos y ríos; y en las lagunas, donde no se podía cultivar, se crearon infinidad de chinampas, islotes artificiales de cieno apuntalados en sus esquinas con sauces acuáticos que daban dos cosechas anuales. Las chinampas, al igual que las restantes tierras, se dividían en tres grupos según su poseedor: comunales, estatales y privadas. Las primeras pertenecían al calpulli y se entregaban en usufructo a los miembros del barrio para su cultivo individual. Las segundas eran propiedad del Estado, quien las explotaba directamente o mediante arriendo para sufragar los gastos del palacio, la justicia o el ejército. Las terceras estaban en manos de los nobles y podían venderse junto con sus mayeque siempre y cuando el comprador fuese miembro de la nobleza.
La posesión de la tierra permitía a los pipiltin dedicarse íntegramente a la guerra, gracias a la cual se obtenían enormes cantidades de objetos exóticos, materias primas o productos de primera necesidad. La mayor parte del tributo de los pueblos sometidos se empleaba en el mantenimiento de la corte, del ejército, de las fiestas religiosas, de los obreros y del pueblo en época de malas cosechas; el resto se entregaba a los artesanos para su transformación en productos de lujo, que a su vez se exportaban a otras áreas de Mesoamérica.
Comercio
Esta economía, de marcado corte imperial, exigía un activo comercio, cuyas rutas cubrían desde las costas del Pacífico hasta las del Golfo de México. Por eso los pochteca gozaban, como hemos visto, de un fuerte prestigio social. La actividad de los mercaderes no se limitaba al territorio controlado por la cultura aztecas. La demanda de cacao, plumas de quetzal y otras materias tropicales llevaba a los pochteca a los lejanos mercados de Xicalanco, en el Golfo de México, y Xoconochco, en la costa pacífica, importantes centros comerciales donde se intercambiaban las producciones del Altiplano y del área maya.
Algunos bienes suntuarios se distribuían paralelamente a través de la red de mercados locales o regionales. En los tianguiz, que se celebraban cada cinco o veinte días, se vendían todo tipo de mercancías y se ofrecían los servicios de muchas profesiones. Una corte de 12 jueces, presididos por un representante de los pochteca, y un ejército de funcionarios se encargaban de impedir los fraudes o de resolver los litigios.
Las compras se hacían a base de trueque o, lo más frecuente, con moneda. El sistema monetario mexica se diferenciaba bastante del occidental, pues los valores de cambio más frecuentes eran las semillas de cacao y las mantas, cuyo valor dependía de su tamaño y calidad. Al respecto interesa señalar que las mantas suponían una elevada porción de los tributos recogidos.
Religión
El militarismo de la sociedad de la cultura azteca se reflejaba con gran claridad en la esfera religiosa. Los mitos de creación, por ejemplo, sacralizaban la guerra al sostener que la única forma de evitar la destrucción de la humanidad, como había sucedido a las cuatro anteriores, consistía en alimentar al Sol con la sangre de los enemigos prisioneros de guerra para fortalecerle y evitar así su muerte.
Sin embargo, las creencias guerreras de los pipiltin mexicas no eran compartidas por la inmensa mayoría de los campesinos del México Central, sostén económico de Tenochtitlán, que seguían adorando a los viejos dioses de la vegetación y el agua. Esta oposición dio origen a una religión donde convivían en igualdad ambas tradiciones. La presencia de dos capillas gemelas en el Templo Mayor de Tenochtitlán, dedicada una a Tialoc, el dios acuático, y otra a Huitzilopochtli, la belicosa deidad de la cultura azteca, simbolizaba a la perfección el dualismo típico del pensamiento mexica.
Las principales deidades del panteón eran Omelecuhtli y Omecíhuatl, dioses creadores, y sus cuatro hijos: Tezcatlipoca, dios de la Providencia; Huitzilopochtli, de la guerra: Quelzalcóatl, deidad del bien; y Xipe, patrono de la primavera y los cultivos. La misma importancia poseían Tlaloc y Chalchiuhtlicue, divinidades acuáticas; Mictlantecuhtli. señor de los Infiernos; y las distintas advocaciones de la gran diosa madre de los primen» agricultores (Coatlicue y Tlazolteotl).
El dualismo se extendía también al mundo de los muertos. Los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios iban al Paraíso Solar; los que perecían ahogados o por causas relacionadas con el dios de las aguas marchaban al Paraíso de Tlaloc, un jardín lleno de flores, riachuelos y frutas variadas. El resto de los mortales se encaminaba al Mictlan (Lugar de los difuntos), donde se llevaba una existencia similar a la anterior.
Los sacrificios humanos, punto culminante del complejo sistema ceremonial mexica. reproducían también la dualidad, ya que las técnicas empleadas en algunos de ellos (decapitación, flechamiento, inmersión en agua o desollamiento) tenían un claro simbolismo agrario. Sin embargo, todos finalizaban de la misma manera, que el sacrificio realizado en honor de Tonatiuh, la deidad solar: los sacerdotes abrían el pecho del cautivo con una gran navaja de piedra, sacaban el corazón y lo ofrecían al Sol.
La complejidad de la vida religiosa de la cultura azteca exigía un sacerdocio numeroso y bien organizado. A la cabeza se encontraban dos sumos sacerdotes, iguales en poder y prestigio, representantes respectivos de Tlaloc y Huitzilopochtli. Les seguía en categoría el Mexicatl teohuatzin (Sacerdote mexicano), encargado de las ceremonias, y sus subordinados directos. El resto del clero se agrupaba en órdenes religiosas divididas en cuatro grupos de edad: novicios, jóvenes, maduros y ancianos.
Ciencias y artes
Las creaciones intelectuales de la cultura azteca seguían la línea trazada por la cultura maya.
El calendario
El calendario, herencia de los antiguos habitantes del Altiplano, constaba de dos ciclos: el tonalpohualli (Cuenta de los días) o año ritual de 260 días, y el xihuitl, o año solar de 365.
El primero estaba formado por la unión de una serie de números, del 1 al 13, con otra de 20 signos. Ambas ruedas se combinaban de tal manera que una composición determinada no se repetía hasta que transcurrían 260 jornadas (13×20). El xihuitl tenía 18 meses de 20 días cada uno. Lo que sumaba 360. A esta cantidad se añadía 5 días llamados nemontemi, que se consideraban nefastos. La unión de ambos sistemas permitía numerar los años solares. Las fechas, establecidas según la técnica del tonalpohualli se repetían pasados 52 años. Este período equivalía a nuestro siglo y su final provocaba una gran inquietud, pues la cultura azteca pensaban que la desaparición del mundo sucedería al final de un ciclo de 52 años.
La Escritura
La escritura mexica no alcanzó la madurez de la maya. Los conceptos y objetos se representaban mediante dibujos más o menos realistas, aunque también existían algunos glifos de tipo ideográfico y otros fonéticos para transcribir numerosas sílabas y los sonidos a, e y o. Gracias a estos símbolos, reproducidos en largas tiras de papel de fibra de maguey ó piel de venado plegadas como un biombo, la cultura azteca podía llevar las cuentas de los tributos, recordar los acontecimientos pasados y predecir el futuro.
La ausencia de una escritura formal no fue ningún obstáculo para los poetas de la cultura azteca, que compusieron centenares de bellas composiciones de todos los géneros, desde el épico yaocuicatl (canto de guerra) hasta el lírico xochicuicatl (canción de la flor), pasando por el icnocuicatl, un poema de corte dramático y honda profundidad filosófica. La prosa méxica ofrece un interés literario menor, salvo la retórica, arte en el que la cultura azteca fueron consumados maestros.
El Arte
Las artes presentaron un desarrollo extraordinario. Los mexicas destacaron en todas las manifestaciones artísticas, si bien fue la escultura en piedra —tanto de bulto redondo, como en relieve— el campo que más trabajaron. La escultura de la cultura azteca tiende al colosalismo y su estética, geométrica y naturalista, está pensada para causar una honda impresión en el espectador. También sobresalieron en las denominadas artes industriales: lapidaria, plumería y cerámica.